El futuro que nos robaron
Por Mauro Mattos, estudiante de FDer / FCEA

Una mirada al optimismo revolucionario a través de los octubres
El 4 de octubre de 1957 el Sputnik 1, una esfera pulida de cincuenta y ocho centímetros de diámetro, se convertía en la primera voz de la humanidad en el cosmos. Este «compañero de viaje» —como su traducción literal indica— fue más que un satélite; fue la materialización del sueño de Tsiolkovsky y del cosmismo ruso, la demostración tangible del proyecto soviético, el sonido de un porvenir largamente prometido. La Unión Soviética estaba construyendo el futuro.
Hoy, sesenta y ocho años después de aquel octubre, hay quienes miran atrás con la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. Es la nostalgia de un tiempo en el que se creía que el mañana sería inequívocamente mejor que el hoy. Es la nostalgia de una sociedad que ofrecía un relato coherente y esperanzador; una sociedad que estaba sentando los cimientos de un mundo nuevo, de la sociedad comunista.
Pese a las hostilidades de un mundo que buscaba ahogarla desde antes de nacer, la Unión Soviética no solo resistió: triunfó. Emergió tras los horrores de una guerra civil y de una intervención extranjera sin precedentes. Desde la retaguardia de Stalingrado hasta la toma de Berlín, el Ejército Rojo escribió con sangre las páginas de la liberación humana. Mientras tanto, transformaba la herencia de los zares en una potencia industrial y científica: era la prueba tangible de que el socialismo podía movilizar la voluntad colectiva para alcanzar lo sublime.
La Unión Soviética cayó, pero no las ideas que la vieron nacer, las que sacudieron el mundo en un octubre aún más lejano, cuando durante la noche del 6 y 7 de noviembre de 1917 —24 y 25 de octubre en el viejo calendario juliano—, el pueblo de Petrogrado se hizo con el control de la ciudad y, a la tarde, la Guardia Roja tomaba por asalto el Palacio de Invierno, poniendo fin a la farsa del gobierno provisional y delegando todo el poder en los soviets.
Ostalgie entre los alemanes del este, szocialista nosztalgia en Hungría… esta sensación se replica en cada una de las sociedades que alguna vez supieron emprender el camino de la construcción del socialismo. Es más que un anhelo de volver al pasado: es una profunda desilusión con el presente, con una vida fragmentada, incierta, vacía. Pero la nostalgia por la Unión Soviética va mucho más allá. Es la nostalgia de un proyecto a escala mundial, con sus contradicciones, sus debilidades y sus vaivenes, pero, al fin y al cabo, un proyecto de liberación de la humanidad. No es una melancolía vana; es la memoria viva del mundo que se venía, de una sociedad que prometía el futuro.
Esta sensación, la del futuro que nos robaron, no puede quedarse en lo que no fue o lo que pudo haber sido. Soñemos con lo que aún puede ser. El pueblo soviético imaginó el futuro, pero al mismo tiempo se atrevió a forjarlo. La Revolución no es un ideal difuso, inconsistente, retórico, sino la acción consciente de la clase trabajadora para transformar la realidad.