Filmar la revolución
Por Cineclub Ibero Gutiérrez, @iberocineclub

«Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado»
Así sentenciaba Fidel Castro en el Primero de Mayo del año 2000 una definición siempre difícil: la de revolución. Definir —aunque el presidente lo evite— es parte importante de hacer política, pero en el cine esas definiciones siempre son más complejas que en un discurso y, al mismo tiempo, resultan de una comprensión que lo revuelve a uno incluso más profundamente.
Sentido del momento histórico. Lo interesante de esos momentos históricos a partir de finales del siglo XIX, más que nada, es que se filman, es que se hace cine. Ahí donde tal vez olvidamos ese mundo, entre los largos párrafos de los manuales de historia y el necesario pienso que le da sentido, ahí también había gente filmando.
Gente que llevaba las incertidumbres, las implacables certezas y su apreciación por el mundo al celuloide. Cine, cine, cine antes, durante y en retrospectiva de los procesos revolucionarios, y sobre todo el antes, el durante y el en retrospectiva. No se graba un suceso histórico que explica otra cosa, no se narran simplemente batallas o intrigas políticas, se narra revolución.
Incluso en quienes usan la revolución como escenario, en quienes por las lógicas productivas de su creación le mantienen desprecio a estos periodos, incluso ahí se deben detener ante lo inconmensurable de los hechos que por razones superficiales representan.
108 años del hito revolucionario. Nos llega de la mano de este mes la revolución que puesta en el incómodo traspaso del calendario juliano al gregoriano nos deja como saldo una «revolución de octubre» en noviembre. De quienes integran este frente estudiantil se puede decir casi con seguridad que nadie vivió los tiempos de la Unión Soviética, nadie fue contemporáneo y sin embargo vivimos en un mundo determinado por lo que hizo avanzar a la humanidad ese Estado y las consecuencias posteriores de su caída.
Nuevamente, ahí había gente haciendo cine. Un cine que, como el propio Estado, determina de formas profundas lo que vemos y que su desaparición también abrió la puerta a otro cine. ¿Cómo se veían los soviéticos? ¿Los soviéticos? Eisenstein y Aleksándrov nacen ambos en un tal Imperio ruso y mueren en la Unión Soviética. Hablamos, entonces, no de dos meros visores de los propios orígenes, sino de la obra que abrirá las puertas de nuestro cineclub, Octubre (1928); esta es la obra de lo que quedó en pie en la mente, y la genialidad de dos personas que vivieron un proceso de imposible síntesis, de representación dificultosa y, sin embargo, —o por eso— se hizo cine.
Del otro lado del mundo, del telón, del hemisferio. Los pueblos americanos tuvimos nuestros procesos, nuestros dispares procesos, nuestros análogos procesos a los demás procesos del mundo. Desde nuestro país y hasta Francia, aunque nos contradigamos, desde San Pablo hasta el DF, los 60 —con el 68 como ícono— fueron esos tiempos en los que la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. Finalmente no fueron, no fue ese nuestro continente, no fue ese nuestro mundo, no fue. Quizás por esos tiempos nos podríamos haber detenido en un artículo de Ángel Rama que nos invitaba, con un «por una cultura militante», a comprometernos. Tosen los cineastas de aquellos años, por bajar a la calle cuando todavía había gases lacrimógenos. Las armas se guardaban con sello de clandestinidad de la misma forma que las latas con cinta cinematográfica. El logo de la cinemateca del tercer mundo se representa justamente con una persona sosteniendo en forma de arma una cámara en un grito que exhala revolución. Tener la desesperada necesidad de registrar y militar decididamente desde la cultura las necesidades de su tiempo histórico, la necesidad de la revolución. Quizá debamos situar ahí nuestros ojos, por estar también fuera de un periodo revolucionario, pero con las ganas intactas de la acción revolucionaria. Debemos pensar por que no fueron, pero sabiendo que solo llegaremos ahí sabiendo cómo fueron. Rama comienza su artículo no hablando de los libros que hacen falta, ni de las canciones que empujan su tiempo. Rama comienza su artículo hablando de las condiciones de vida del pueblo, de los cines que cerraron y del aumento de los precios de los insumos para hacer arte. Sentencia entonces Rama: «Contra tal putrefacción solo cabe asumir los principios de una cultura militante, en la gran tradición de la cultura universal y nacional. Una cultura que no cree en la naturalización ni en ninguna posible neutralidad». El cine es entonces necesidad revolucionaria y tenemos nuestra parte en la tarea de entender a esos creadores, a sus creaciones y al sentido que nos hacen hoy.
¿Y los que son enemigos de la revolución? Son hijos de ella también. Como sabemos los yanquis también hacen películas, muchas, muchísimas. Inundan las carteleras, definen una visión de mundo, proponen con la hegemonía que ostentan las más aceptadas propuestas de relacionamiento. El imperialismo somete a los pueblos, sofoca revoluciones, atenta contra la vida y contra aquellos que cuestionan sus reglas. Pero el imperialismo en su faceta más importante recogida por los Estados Unidos genera también a sus adentros una revisión de su inevitable proceso revolucionario. La independencia del gigante del norte no puede escapar de los lentes de la cámara, de la industria cultural que traga sin miramientos. Pero ¿y nuestros miramientos? Obliguémonos a ver, a sacar papel y lapicera para los apuntes del imperio. ¿Cómo ver una revolución a los hombros de quien las aplasta? En ese ejercicio nos proponemos naufragar, entendiendo también que el legado que nos pueda dejar es también el de ponernos los lentes por los cuales gran parte del mundo percibe el palabro «revolución» y preguntarnos qué hacemos nosotros al respecto.
Cuba. La revolución cubana. Nosotros y la revolución cubana. Cuando pensamos en la gente que se sentía a la vuelta de la esquina de la revolución, no podemos rebajar el marco de esos sucesos a ideas ingenuas, a pensamientos infantiles. Efectivamente nos encontrábamos ante la posibilidad, teníamos sentido del momento histórico, por eso también la tan cruenta ofensiva imperialista posterior. Pero no hablamos de eso ahora, o no solo de eso, por lo menos.
Cuba. La revolución cubana. Nosotros y la revolución cubana. Hay motivos para creer. ¿Y cómo vemos a la revolución cubana? Por lo pronto en español como nos era nuevo, por lo pronto en nuestro continente, por lo pronto a las orillas de nuestros terrores. Y otra vez cine, a apenas 83 días del triunfo el gobierno revolucionario de Cuba se funda el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos desde donde resuenan nombres como Sara Gomez.
83 días y la revolución ya sentía las necesidades de filmarse, de enfocarse y buscar tras los infinitos ángulos del mundo diferente que se erigía. Lo experimental, lo frenético y rebosante de necesidad del cine socialista solo se explica por estar construyendo sobre bases nunca exploradas una alternativa al sistema capitalista. Tal vez distingamos que filmar la revolución puede hacerse desde muchos lados, pero cuando es el mismo pueblo que agarra esas armas el cine se convierte en otro elemento revolucionario, y si bien la palabra propaganda u otras empiezan a aparecer de forma peyorativa, lo cierto es que la ideología burguesa no puede teorizar y partir el cine en partes para quedarse con las partes que no la lesionan, por eso es tarea nuestra buscar y hablar del cine de la revolución.
Estos artículos quizá, por la esencia impresa por los artículos de Rama, sean torpes al hablar de cine. Quizá en estos artículos cueste llegar y apuntalar los conceptos. Quizá se hagan relatos cuasicrónicos de la historia mal recortada, y al final se trate torpemente de reflexionar. Cambiará en algún momento el redactor de estas palabras y nuevos acercamientos se podrán hacer, pero por algún lado hay que llegar. Se debe obligar a terminar llegando a las costas de estas películas que —ahora sí— nos tocará proyectar; ahí tal vez se hablará mejor de cine y se responderán las vagas preguntas que se formulan en este artículo. La búsqueda de estas reflexiones, al igual que el mismo cine revolucionario, parte de las necesidades revolucionarias, porque no surgen sin razón.
Bibliografía
Rama, Á. (31 de diciembre de 1965). Por una cultura militante. Marcha, (1287), 2-3. https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/2101
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